La leyenda
Tras los acantilados de
Gerona
una bonita leyenda se
escucha,
la predican el va y ven de
las olas
y los escondrijos de las
rocas la susurran.
En otro siglo en que el
paraje era similar
al atardecer se bañaba una
joven princesa,
su belleza era tan
espectacular
que el mar se quedó
prendado de ella.
El sol le dedicaba sus
cálidos rayos de la tarde
bronceando con brillo su
morena piel,
el mar le brindaba su
suave oleaje
para acariciar su cuerpo
de gran mujer.
La muchacha disfrutaba de
aquel solitario lugar
al tiempo que se alzaba la
marea,
pero un día la compañía
quiso cambiar
por el de un apuesto joven
de clase media.
Ante el rechazo de la
realeza por aquella relación
su amor se escondía tras
esos acantilados,
sus siluetas se marcaban
en la arena tras su pasión
y los celos del mar
sacudían con furia el océano.
Hasta que ya no pudo
controlar su rabia
y aprovechando en el
instante que se bañaban los dos,
arrastró hacia dentro al
chico mientras que ella gritaba
y cuando su resistencia se
agotó una ola le sumergió.
Desde entonces las piedras
están más oscuras
y la marea al atardecer se
calma,
porque la conciencia del
mar se perturba
por ahogar sin querer
también a su querida dama.
El dolor del mar se
transmite por la brisa,
los rocosos muros exponen
su soledad,
la luna refleja a su amada
paseando por la orilla
protegiendo así alma y mar
en la eterna intimidad.
Yolanda Iscar
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